La Travesia del Desierto

Por: Eduardo Trebison

15 ene 2011

"La Sirenita" de Hans Christian Andersen

Publicado por Trebison


Todos conocen la adaptación de Disney de 1989 de este cuento, puesto que es una de las películas animadas más famosas de esta empresa. Incluso es la película de Disney predilecta de muchas damas que conozco. Pero ciertamente algunos no han leído ni saben algo sobre la historia original.

La escribió el famoso escritor danés de populares cuentos infantiles, tales como "El Patito Feo" o "Las Habichuelas Mágicas", Hans Christian Andersen en 1836. Pero fue publicado por primera vez el 7 de abril de 1837 para una colección de cuentos infantiles ― en su tercer volumen ― por la C.A. Reitzel en Copenague. Hans Christian Andersen en el momento en que escribió este relato nunca imaginó que su sirena, la que quiere ser humana por el capricho de un amor, incrementaría de popularidad a niveles increíbles en un tiempo diferente al suyo, en una generación de niños nacidos a comienzo de los años 90's del siglo siguiente. Esto gracias a Walt Disney. Porque si bien esta compañía nunca hubiese puesto sus ojos en esta historia, La Sirenita no sería más que un cuento de menor popularidad.

Sin embargo, la historia contada por Disney y la narrada por Andersen, como en toda adaptación, difieren. Empezando con que Andersen nunca le dio nombre a su pequeña sirena y durante todo el cuento se le llama como: "La Sirenita" además que esta sirena de Andersen nunca fue pelirroja, era realmente una sirena rubia. Pero esas son simplicidades. La adaptación de Disney fue realizada para un publico más infantil que el de Andersen (a pesar de que la muerte de Úrsula es bastante madura para una película infantil), y si no has leído el cuento espero no spoilearte diciendo que los finales son totalmente diferentes. Disney buscó un final feliz y el final del cuento original es más un final triste ―aunque no lo suficiente para mis gustos― en comparación.

La adaptación de Disney no es la única que existe de este cuento, existen muchas más animaciones y muchas adaptaciones al teatro y al ballet. Entre las animaciones destacan: "La Sirenita" de 1968 (Rusia). "Andersen Dowa: Ningyo Hime" de 1975 (Japón). "La Sirenita" de 1975 por Reader's Digest y narrada por Richard Chamberlain. "La Sirenita" de 1992, producida por Golden Films y por American Film Investment Corporation. Es muy probable que alguna de esas películas, sea más fiel al cuento, la verdad no lo se porque no las he visto (leí que la versión de 1975 lo era) pero ya está entre mis tareas hacerlo, de hecho se pueden encontrar por youtube. En adaptaciones futuras, Joe Wright se encargará de dirigir una versión con actores del cuento original, se rumorea será una adaptación más madura y se estrenará posiblemente para el 2012.

Por los momentos, si esta historia es de las que te gustó en tu infancia y no lo has leído en la mano de Andersen, te invitó a que lo hagas:


La Sirenita
En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenia una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

La Sirenita, la más joven, además ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando acompañándose por el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírlas dejaban de flotar.

La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través del agua profunda.

― ¡Oh! !Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!

― Todavía eres demasiado joven ―respondió la abuela―. Dentro de unos años cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.

La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir de la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.

Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.

― ¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!

Apenas su padre terminó de hablar, la Sirenita le dio un beso y se dirigió a la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces podían alcanzarla. De repente emergió el agua. ¡Que fascinante! Veía por vez primera el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.

― ¡Qué hermoso es todo! ― exclamó feliz, dando palmadas.

Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, asi amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!", pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!"

A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se lleno de vítores: "¡Viva nuestro capitán!" "¡Vivan sus veinte años!" La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón.

La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida.

― ¡Cuidado! ¡El mar...! ― en vano la Sirenita gritó y gritó.

Pero sus gritos silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperantes de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre la cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto como antes el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de la ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.

El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad se amainó. Al alba despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a la tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.

Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.

― ¡Corran! ¡Corran! ―gritaba una dama de forma atolondrada― ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito...! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda...

― La primera cosa que vio el hombre al recobrar el reconocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas.

― ¡Gracias por haberme salvado! ―le susurró a la bella desconocida.

La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado.

Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabia que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera separarse. ¡Oh! ¡Qué maravilloso habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos!

Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanzas, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.

Sólo la hechicera de los abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.

― ¡... Por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.

― ¡No me importa ―Respondió la Sirenita con lagrimas en los ojos― a condición que pueda volver con él!

― ¡No he terminado todavía! ―dijo la vieja―. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: Si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de un ola.

― ¡Acepto! ―dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.

Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en si, vio a su lado, como entre brumas aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontro y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente de su capa que el mar había traído.

― No temas ―dijo de repente―. Estás a salvo. ¿De dónde vienes?

Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle.

― Te llevaré al castillo y te curaré.

Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones el príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio.

Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.

Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del terreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita.

La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrio feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el principe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por el mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo.

Al caer la noche, la Sirenita angustiada por haber perdido a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:

― ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo, y antes de que amanezca, mata al principe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirena como antes y olvidarás todas tus penas.

Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal se dirigió hacía el camarote de los esposos. Más cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento en el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa le arrancó del agua y la transporto a lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas:

― ¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!

― ¿Quiénes son? ―murmuró la muchacha, dándose cuenta que había recobrado la voz―. ¿Dónde están?

― Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestra deber ayudar a quienes hayan mostrado buena voluntad hacía ellos.

La Sirenita, conmovida, miró hacía abajo, hacía el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las Hadas le susurrabán:

― ¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.

-¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron.

Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.

Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo.

Fin

2 comentarios:

Daniela Pernia dijo...

Wowww pensé q terminaría de otra manera.. Muy bueno Trebi!

Unknown dijo...

D: hay se ve la diferencia entre disney y el original

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